Claudia Sánchez

Autoevaluación

Estrellas con sabor a sopa

Crecí en medio de trajes entaconados de mi madre, y el canto tenor de mi padre; disfrazada con un vestido rojo de lentejuelas jugando a ser bailarina. Siempre se me permitió andar perdida y desbocada de energía, observando cada detalle de lo que se movía por ahí.

Era sábado, por la mañana, final del trimestre en bellas artes, yo tenía unos 4 años. En medio de padres y alumnas, el profesor de danza se le acercó a mi madre, mientras ella me tenía agarrada de su mano que apenas cabía en la mía, y le preguntó: “¿usted es la mamá de esa niña? la necesito en mis clases fijas de ballet” … es ahí donde comienza este viaje del que aún no aterrizo.
La danza me adoptó, y yo a ella. 

El caminar del pájaro

Después de 12 años de involucrarme “de cabeza, alma y cuerpo” con la danza clásica, dejé el pueblo para emigrar a la atareada ciudad. Aún siento el frío del aire acondicionado en la punta de mi nariz, del bus Copetrán con destino a Bogotá.

Comencé a estudiar artes escénicas en la Pontificia Universidad Javeriana, donde aprendí a conocer la independencia, la vulnerabilidad, la libertad, la soledad, pero sobretodo a descubrir que existía una danza amorfa, circular, liviana, que se movía distinto a la única forma que había aprendido a moverme por años: el ballet. 

En la clase de Isabel Story, en primer semestre de danza contemporánea, el piso, la ropa ancha y la rotación interna eran las cosas más extrañas que mi ser había podido experimentar. Mis piernas se rotaban “automáticamente” de forma externa, cuando hacíamos diagonales de plié-plié, relevé-relevé en paralelo, y la punta de mis pies siempre estaban firmes y elongadas, casi listas para ponerme de punta y ejecutar Giselle

Súbitamente invadido

Durante el ciclo profesional, me reaprendí, y a la misma vez me obsesioné con lo que era nuevo para mí. El piso pasó de ser una pista de escape a un lugar amañador, confortable, que me permitió expandirme y reconocer la circularidad de mi cuerpo tanto en el horizontal, como en la vertical. La danza contemporánea se convirtió en mi mejor amiga, en mi manera de comunicarme, en un lugar en donde me place perderme.

Recuerdo con nostalgia la técnica básica de López en cuarto semestre con la maestra Neva Ann Kenny, cuando aprendí a nadar entre movimiento y movimiento, a girar con los astros, a hacer contracción con canciones de Michael Jackson, y a vivir una danza generosa y apasionada. Las retroalimentaciones de Neva impulsaron en mi una búsqueda de una danza expresiva, expansiva, con conectores, comas, puntos seguidos, mayúsculas y minúsculas, en donde cada movimiento por pequeño que sea es valioso y potente. 

Será como quien silva al final del lago

Durante mi quinto semestre, un día de tantos en pandemia mis deseos comenzaron a latir diferente; yo quería nuevamente una danza distinta, una danza de cabeza, una danza con mayor presencia. 

Comencé a entrenarme en pro de la firmeza, estuve entendiendo lo valioso de tener un centro fuerte. Inicié a levantar peso, fortalecí mi tren superior, aprendí hacer flexiones, me obsesioné con la “alimentación saludable” y leí el milagro metabólico de Carlos Jaramillo. Bueno o malo, esto produjo en mi un hechizo en el movimiento, una danza más estable, tónica, con mejores bases para tener de dónde agarrarme.

Ya la curiosidad de escudriñar en terrenos desconocidos se había despertado, aún no sabía a dónde ir, pero estaba segura de que me quería dirigir a un lugar que movilizara el alma. Después de regresar a la universidad de forma presencial, inscribí el laboratorio de aéreos en donde el riesgo, el miedo, las ampollas en las palmas de las manos, la constante charla con la gravedad, se convirtieron también en aliados interesantes para llevar con la vida. 

Anduve por el laboratorio de aéreos dos veces, permitiéndome encontrar preguntas acerca de la técnica de la lyra en una dimensión dramatúrgica, traduciendo estructuras de figuras a un nivel más expresivo, colocándole mayor atención a los detalles que a la totalidad.  

~Volar danzando colgado a una estructura hostil, un suspiro o una mujer se sostiene de sus brazos mientras baila poesía con sus pies ~

En una nueva búsqueda de un movimiento sucesivo y disociado, recuerdo que se me metió en la cabeza como mantra que la danza urbana era una ruta posible. Inscribí la técnica básica con José Q-Faces, la cual era un lenguaje desconocido para mí en ese momento, pero por alguna razón a mi cuerpo le gustaba moverse con tal cualidad, era como si hubiera aprendido urbano en una vida pasada (o eso sentía yo).

Durante la clase conocí el House, tal estilo que me poseyó de cuerpo y alma, donde encontré una libertad particular para improvisar, para jugar, para permitirme equivocarme, para ser yo, para ser honesta por medio de mi movimiento. En mis memorias está que cuando entrenaba, el tiempo y el cansancio pasaban a ser ecualizadores de los cuales yo decidía en que momento utilizar, era un estado de hipnotismo, de seguir, así sintiera que el corazón se me iba a salir. La música también me inspiró a salirme del beat y encontrar que hay en el medio, a buscar un house curioso, cargado de destellos de técnicas experimentadas en el pasado.
 

Yo y la que fui nos sentamos en el umbral de mi mirada

Y ahora, en el umbral de mi carrera, en mi último semestre, curso por quinta vez el laboratorio de Laban con Sara Regina Fonseca. Si tuviera que definir en una palabra mi eje transversal de todo este viaje por la carrera, sería: laboratorio de Laban. Este me vio crecer, transformarme, fue testigo de todas mis versiones: la ocañera callada, la elefanta borracha, la miedosa al utilizar la voz, la que ya entiende por fin de qué se trata el icosaedro y la escala del cubo de acciones, la firme, la por siempre contenida, la flujo libre, la que se conmueve encontrando una nueva pintura para su colección de paletas de colores. 

Aprendí que puedo expandir mi perfil de movimiento haciendo consciente esas grietas que se abrieron a la hora de escudriñar más allá de los deseos. Aprendí que puedo ser camaleónica, que me puedo vestir con el tiempo, con el flujo, con el espacio y con el peso. Aprendí que el mejor aprendizaje está cuando se intenta en el hacer, aprendí que aprendo observando a el otro y que la práctica es la vía para la teoría.

¿A qué pesa la muerte? 

  estoy tan liviana, pero me pesan mis juicios. 

  estoy tan ausente que mi ligereza se percibe a cuatro estómagos de distancia. 

   controlador del peso, más bajos y agudos para esta balada. 

 flácida para la vida, firme para el corazón ~

Crecí en medio de trajes entaconados de mi madre,

 y el canto tenor de mi padre.

Y en este momento, 

crezco con deseos camaleónicos en medio de posibilidades cambiantes

 entre sinfonías de cuerpos danzantes.