Por:
Sara Murad
Hay algo sorprendentemente asustador en el mezclarse por el simple hecho de compartir obligaciones y/o intereses, sin importar la experiencia, sin importar la edad, sin importar la longitud del camino recorrido en nuestra exploración personal. Es asustador porque, en principio, intimida sentir la crudeza del propio proceso en contacto con la larga experiencia ajena.
Es un juego entre la comparación y el autosabotaje que con el paso del tiempo se transforman en un profundo agradecimiento con la posibilidad de cruzarse con personas que motivan, halan, apoyan y nutren el propio proceso. Con ejemplos de seres humanos, o mejor dicho, artistas que plantan frente a una misma el resultado de un trabajo constante y juicioso a lo largo de la carrera (dentro y fuera de ella).
Creo que Claudia es un ejemplo de estas personas con las que agradezco profundamente haberme cruzado prontamente en mi proceso.
Recuerdo escuchar por primera vez de Claudia en tercer semestre, iniciando el ciclo profesional, cuando conformamos los grupos del ensamble de producción: “Bueno, en la producción del ensamble de Felipe Vergara, están con Claudia Sánchez, del grupo de los martes”. Siendo yo tan pequeñita en la carrera pregunté “¿Quién es Claudia?” a lo qué me respondieron “Claudia la bailarina, la santandereana… Claudia ballet, que baila increíble”. No supe quién era. Nos conocimos en las primeras semanas produciendo el ensamble de Felipe Todo es tan decepcionante. Recuerdo que me resultaba sorprendente su manera de resolver velozmente todo lo que tuviera que ver con producción de campo: todas las cosas tecnológicas, de cables, de botones, de sonido, de luces, de correr a un lado y al otro. Las cosas que a mí más me costaba entender cómo se hacían, ella las lograba, es por esto qué logramos desde el principio conformar un equipo efectivo donde nos complementamos en áreas de acción y que logró llegar a un gran resultado final. Recuerdo, en principio, pensar en Claudia como una persona a veces un poco elevada, quizás un poco distraída y pasiva que evitaba involucrarse en cualquier conflicto que se diera en el grupo, creyendo que quizás solo esperaba a que le dijeran qué hacer para activarse. Sin embargo, cuando empezamos a aprender en las sesiones todos los temas de tras escena y cabina, afloró una Claudia llena de motivación, energía, curiosidad, llena de ganas de hacer, muy clara y muy enfocada, presente y práctica en la resolución de los conflictos acorde al contexto.
Recuerdo ese mismo semestre ir a ver el parcial final de la Técnica de Danza Contemporánea, que en ese entonces dictaba Rafael Nieves, asignatura que entonces cursaba Clau. Recuerdo, en primera instancia, la admiración con que todas las personas que en ese momento estábamos como público hablaban de Claudia y recuerdo la sorpresa que sentí de ver esa misma persona con quien llevaba compartiendo todo el semestre sentadas por tres horas en un salón observando, escuchando, escribiendo, conectando cables, planeando, esta vez como un cuerpo en movimiento danzado. Un cuerpo inteligente, ligero, muy activo en sus conexiones, muy fuerte pero no tenso, lleno de fluidez y dicha al moverse, estaba en su lugar y en su máxima presencia.
El siguiente semestre compartimos nuestra primera asignatura de danza, el Ensamble Boca/Nada bajo la dirección de Yovanny Martinez, que siempre, al recordarlo, pienso como una experiencia que sí o sí lograría empujarnos en diagonal hacia arriba en nuestro proceso si así lo deseábamos, ya que fue un proceso muy exigente a nivel físico y con una dificultad técnica y compositiva bastante alta. Existen los rumores de pasillo de que en el énfasis de danza, hay una lucha de egos muy grande y que suele ser mayor la competitividad entre bailarines que el apoyo entre nosotros para el crecimiento mutuo. Es por esto, que al ser mi primer ensamble, me sentí muy intimidada de compartir en escena con bailarines y bailarinas tan alardeadas en la facultad y que yo misma había podido dar cuenta de lo admirables que eran, dentro de estas entraba Claudia. A pesar de haber compartido una asignatura ya y haber trabajado bien juntas, me asustaba que con la danza de por medio, pudiera complejizarse la relación, cosa que anteriormente había experimentado con otras personas. Para mi sorpresa, o quizás no tanto, Claudia resultó ser un polo a tierra y una guía dentro del proceso del ensamble. Su rigurosidad, su compromiso y su seriedad en los espacios de trabajo ayudó a aterrizarnos como grupo y a ponernos grandes retos a nivel técnico.
Durante todo el proceso admiré mucho el entusiasmo con que Clau llegaba y salía de cada ensayo, la claridad y pulcritud técnica que denotaba el cultivo de una disciplina constante y una autoexploración minuciosa, que le ayudaba a encontrar formas de alcanzar su máximo potencial físico, corporal, emocional y energético como ejecutante en escena.
No solamente Clau demostró ser una artista sumamente comprometida con su proceso y que se ha esmerado en buscar la complejidad, el reto, el ir más allá de lo pedido; sino que siempre estuvo, además, abierta y entregada a acompañar los procesos de quienes la rodeábamos mediante la explicación, la repetición, la pregunta, la observación y la crítica constructiva.
Hubo algo que me generó gracia, especialmente en este proceso, y que, más adelante aparecería esporádicamente de nuevo en la Técnica de Danza Contemporánea también con el maestro Yovanny Martínez y es que a pesar de Claudia tener la pulcritud, claridad, precisión, amplitud y fluidez en su movimiento, parecía bailar hacia adentro, solo para ella, como si le asustara sacar ese deleite propio con el movimiento y compartirlo. Digo que me generó gracia, porque en mi no cabía la posibilidad de que una persona con tantas cualidades, tanto trabajo y tanta sensibilidad pudiese jugar a esconderse (cuando, además, era imposible que lo hiciera). Verla en escena fue hipnotizante, a pesar de sus nervios y de este intento por ensimismarse, su presencia en movimiento la volvía el eje central de la escena, el disfrute en su movimiento resultaba una fuerza que se expandía al resto de los y las ejecutantes y que generaba un tejido común para habitar la escena. Me encantó compartir escenario con ella.
Más adelante, Clau y yo volvimos a encontrarnos en la Técnica de Danza contemporánea también con el maestro Yovanny. Para ese entonces, ya reconocía a Claudia como una artista cpnectada con varias cualidades que no fluctuaron mucho con el tiempo: disciplinada, seria, curiosa, persistente, sensible y receptiva, pero también arriesgada y juguetona.
Resonamos mucho con una forma particular de asumir nuestra presencia en las clases muy ligada a la pregunta. En los espacios que compartimos, dentro de todo fuimos eso: las preguntonas. Recuerdo mucho el final de cada clase acercarnos juntas a Yovanny para preguntar algo, siempre había algo. También recuerdo que si no le preguntaba a Yovanny, siempre el lugar de obtener una respuesta amorosa, clara y precisa, iba a ser con Claudia. Quizás, ahora que lo pienso, puede que del compartir con ella se rompieran los últimos miedos de hacer todas las preguntas que se me pasaran por la cabeza.
Durante ese semestre viví un largo episodio de vértigo que me obligó a frenar el movimiento y sentarme a observar y dicha observación me llevó a ver cómo los materiales, las cualidades y las conexiones se iban afianzando en mis compañeras y compañeros y pude observar poco a poco la mirada de Clau salirse de estar solo adentro y empezar a expandirse, aunque a veces tímidamente, en el espacio. Poco a poco se afianzaba, se volvía más confiada, más segura, más amplia.
Aunque no inscribimos ningún Laboratorio juntas, compartimos la misma atracción por el Laboratorio de Análisis de Movimiento: Laban, del cual nos volvimos fieles asistentes lo cual nos permitió compartir algunos espacios de exploración, creación, investigación del movimiento e improvisación. En estos espacios de investigación y análisis del propio movimiento, era evidente la curiosidad que vi atravesaba a Claudia en todas las otras áreas de la carrera. La exploración y la improvisación parecían ser momentos de soltar el ego, y de existir y pensar meramente desde el cuerpo. Eran espacios de encontrar nuevos caminos, de encontrar la acción, de prestar atención a la vida, a lo que nos rodea sin forzar la búsqueda de una intención o de un deseo, sino permitir que poco a poco aparezcan desde el movimiento.
Agradezco profundamente la renuncia oportuna de Clau al ego, las pretensiones y los juicios porque fue algo que hizo mucho más profundo nuestro coincidir en la vida profesional. Las resonancias aparecen desde el lugar de la compañía, el apoyo y la admiración y desde una fundamental apertura constante al aprendizaje sin complejos de superioridad, pero tampoco dejando de lado la grandeza de su propio proceso. En mi proceso, Clau fue una par/maestra.
Creo que Clau es una de las artistas con las cuales me he cruzado a lo largo de la carrera que más admiro en su proceso y el resultado del mismo. Es una artista integral que se ha esmerado en crear y crecer, en nadar en experiencias nutritivas para ella y que, de paso, resultan nutritivas para quienes tuvimos la fortuna de compartir con ella en nuestros procesos. Ese mismo amor que entrega cada vez que baila, es el mismo amor que entrega al resolver una pregunta o al hacerla y es el mismo amor que, junto a su vida, entrega y ha entregado a esta profesión.